En el corazón del bosque, donde el río cantaba melodías suaves, vivía un castor llamado Copito. Pero Copito no era como los otros castores. Mientras ellos construían presas fuertes con ramas y barro, Copito amaba las cosas que brillaban. Su presa era una maravilla de tapas de botellas relucientes, pedacitos de vidrio de colores y cucharitas viejas que encontraba en sus paseos. Los demás castores, con sus colas planas, se reían suavemente de su 'presa disco', que estaba llena de agujeros. Copito, sin embargo, soñaba con ser un constructor útil, no solo un coleccionista de tesoros.