Estaba yo, Tilín, una pequeña campanita de bicicleta, colgada en el manillar de Bici, nuestra vieja bicicleta, en la quietud fría del garaje. A veces, por las mañanas, sentía una punzada de tristeza. ¿Para qué servía yo realmente? Solo hacía ding-dong cuando Bici salía. Me preguntaba si mi sonido era tan importante. "Ay, Tilín, ¿seré yo suficiente?", me susurraba a mí misma. Pero esa mañana, algo diferente ocurrió. Unas diminutas gotas de rocío se habían posado sobre mí, brillando como pequeñas perlas en la penumbra.