De repente, no hay ruido de radio, ¡pero sí una suave melodía! Es el tic-tac de una gotita de rocío cayendo en una hoja. ¡Qué maravilla! Veo una pequeña hormiguita, ¡oh, pobrecita!, se ve triste porque no puede escuchar la música de la mañana. Me acerco, oigo su lamento.
—¿Por qué estás tan cabizbaja, hormiguita? —le pregunto con mi voz de radio.
—Ay, Sonido —responde ella—, ¡la flor más linda no tiene su canto matutino!
Yo giro un poquito más, ajustando el sonido de la gota de rocío, haciéndolo más claro y alegre. ¡Pling-plong! La hormiguita salta de alegría.
—¡Gracias, Sonido, gracias! —exclama—. ¡Has traído la música a la flor!
Yo siento un cosquilleo especial. Animo, Sonido, ¡hay más que descubrir! ¡Giro y giro, qué emoción! Un secreto en cada posición. Me muevo otra vez, y ¡uf!, esta vez escucho el fiuuuu del viento entre las ramas de un árbol. Pero algo no está bien. El viento suena triste, ¡ay, qué pena!, porque no puede silbar una canción para las abejas que trabajan duro.
—¿Por qué ese fiuuuu tan apagado, viento amigo? —le pregunto yo.
—Las abejas están cansadas —susurra el viento—, y mi silbido no las anima.
Yo ajusto mi giro, y el viento empieza a silbar una melodía dulce y zumbadora, ¡bzzzz-bzzzz! Las abejas empiezan a bailar mientras recolectan polen.
—¡Qué regalo tan dulce! —zumban las abejas—. ¡Ahora nuestro trabajo es una fiesta!
Yo me siento feliz, ¿no es increíble cómo un pequeño giro puede cambiar el día de alguien?